Curadurías desde nuestra propia voz, para un arte feminista radical y situado
Entre los cometidos de la curaduría de arte, el de servir al gran público como guía mágica de interpelación e interpretación, es quizá la de mayor importancia. Este ejercicio de traducción constituye en sí, una sugestiva labor de formación de públicos. Aquí subyace, por lo tanto, un activismo político en favor de la democratización del arte, y así también, la oportunidad de ejercer el poder a través de los discursos.
Desde los primeros escritos sobre la creación artística, esto es ca 300 a. C., en que Jenócrates de Sicyon escribió una reflexión sobre la pintura y la escultura griegas, la narrativa crítica en torno al arte ha sido predominantemente masculina. Este metarelato androcéntrico de la historia del arte originó que hoy, cualquier persona no relacionada con el arte sepa quiénes fueron Leonardo Da Vinci, Vincent Van Gogh, Pablo Picasso o Andy Warhol, pero casi nadie sepa quiénes fueron, por ejemplo, Artemisia Gentileschi, Hildegarda de Bingen, Judith Leyster, Mary Cassat, o Tamara de Lempicka. Muchas personas identificarán a Frida Khalo en Latinoamérica, pero muy pocas en Colombia darán cuenta de quiénes fueron Débora Arango o Feliza Bursztyn, o quiénes son Beatriz Gonzáles o Doris Salcedo.
Con el advenimiento de la tercera ola del feminismo en los años noventas, muy lentamente se fue dando visibilidad al arte producido por mujeres, en Estados Unidos primordialmente y en Europa, Asia y América Latina, con menor proporción y poca difusión. Sin embargo, aunque parezca increíble, el locus de enunciación sigue siendo en su mayoría, un mansplaining corporativo con pretensiones salvacionistas y autoindulgentes, congruentes, por supuesto, con su propio sistema neoliberal de inclusión de género.
Esta ponencia es una reflexión sobre la urgencia del activismo curatorial en general, y del arte feminista radical, en particular, poniendo en cuestión las teorías norteamericanas (Visual studies) y europeas (Bildwissenschaft y giro icónico, visual) de los estudios contemporáneos de la imagen, que en su artilugio de estetización del arte y enajenación por la imagen, promueven la omisión deliberada de la historia y los contextos que da vía libre al “patriarcado de consentimiento”, deslegitimando la política del arte y la imagen y con ello, perpetuando el sexismo, la mirada voyerista sobre el cuerpo de la mujer, y el borrado histórico de las mujeres en las artes. Pero también, es un llamado a la necesidad de curar en un sentido figurativo y práctico, la producción artística feminista y de mujeres, desde una mirada situada, consciente de nuestras realidades latinoamericanas, y, en especial, de curar el arte de las mujeres, desde nuestra propia voz.